lunes, 17 de diciembre de 2012

16 de noviembre de 2555

Ese es el día que llegamos a Krabi, por fin, después de infinitas horas de vuelo y esperas en aeropuertos.  Y no es que viajase en el túnel del tiempo, es que allí cuentan los años de otra manera, y ya van por el 2.555.
Hasta eso ha sido diferente. Es la primera vez que viajaba a un país asiático y todo es tan distinto que solo por eso ya vale la pena el viaje, todo te sorprende, te asombra, aunque no todo me guste.

Como decía llegamos a Krabi, que es la zona de las playas. Aún teníamos que coger un taxi para llegar a Ao Nang, que era nuestro primer destino. Por fin en el bungalow, y como ya vería que era normal en casi todos los hoteles que fuimos, no había armario, no había sábana para taparse y no había agua caliente. Menos mal que allí era verano y hacía un calor aplastante, pero aún así, no me gusta ducharme con agua tan fría. En otros sí que tuvimos agua caliente, pero lo de las sábanas no sé por qué, no existía. Tenías una toalla grande, o unas mantas finas individuales, o una cubierta de seda de la de allí.  Eso era lo de menos, ya estábamos allí, ya olía diferente, ya se oían pájaros diferentes, sonidos diferentes, ya estábamos en Tailandia oficialmente!!

Ya cené mis primeros pad thais, mmmmmm, qué delicia!! La cerveza Chang, bebida oficial de todo nuestro viaje, muy suave, buenísima, unos botellones de más de medio litro y caían como si fueran agua. Comidas por 6, 7 y 10 € las más caras. Entre los dos!!
Aunque los restaurantes, la mayoría de los que fuimos, por no decir todos, no eran el colmo de la elegancia, tenían su encanto, aunque fueran mesas de bambú, ventiladores de toda la vida colgados de la pared o de un tronco, hules de plástico, o nada, perros que pasaban sueltos por tu lado, o gatos, o algún otro bicho que prefiero olvidar, pero solo fue una vez. A pesar de que había sitios totalmente cutres, en ningún momento me dio ningún asco, porque era lo que había allí, la comida en la calle, los olores que te atraían a los carros de comida, o a los restaurantes y que siempre comí genial, fuese donde fuese estaba todo buenísimo.

Hicimos snorkel, vimos playas de arena blanca y aguas transparentes en las que podías ver los peces claramente, y se te acercaban a ver si caía algo de comer. Montamos en kayak para explorar islas, nadamos en aguas que estaban tan tibias y tan calientes algunas que quemaban al meterte. Tomamos el sol en la cubierta de los barcos y vimos atardecer mientras volviamos de ver monos en la playa.
Koh Phi Phi es uno de los paraisos de este mundo. Y las fotos, que pondré otro día, desde luego no le hacen justicia a lo bonito que es. Es para verlo y disfrutarlo.

Después de una semana por playas paradisiacas, de cocktails y cervezas en la playa, algún día de fiesta y muchísimo sol, cogimos el avión hacia Bangkok.

Y cambio radical dentro del mismo país. La ciudad más caótica y sucia que he visto nunca. Y grande.
El mercado de Chatuchak, Impresionante. No lo acabas. Te pierdes literalmente. Hay planos para saber donde te encuentras. Y lo que no haya alli, es que no debe exisitir. En serio, tienen de todo, desde comida, ropa y lo más normal de un mercadillo, hasta postales para todo tipo de eventos, ropa para perros, candados, y bolsas de plástico. Lo que se os ocurra. Toda la mañana allí, gente para exportar, y no acabamos de verlo, pero por supuesto nos perdimos y nos costó salir una eternidad. La gente que había dentro era mucha, pero la que había por los alrededores era muchísima más. No he visto tanto caos de gente, coches y tenderetes en mi vida.  Después fuimos por la zona que parecía un poco más pija, la de los centros comerciales, y todo muy bien, tiendas de lujo, los árboles llenos de luces, restaurantes, una tienda dedicada solo y exclusivamente a osos de peluche y sus complementos, vamos pijerío total. Así que pensé, no está mal Bangkok.
Hasta el día siguiente, que al salir del Palacio Real, precioso y ostentoso donde los haya, empezamos a caminar hacia otro templo y pensé, vaya callejuelas que nos hemos metido, todo sucio, hasta una rata muerta en plena calle, y no iba a ser la primera ni la última que vería, además de cucarachas rojas voladores vivas y muertas por donde fueras.  Al final me dí cuenta que no es que fuera una mala zona, es que casi toda la ciudad es así.  Menos mal que estaban los tuk-tuk, que acordando un módico precio te llevaban de punta a punta.  Toda una experiencia viajar en esa especie de moto con tres ruedas. Muy divertido, pero tragas mierda, toda la del mundo.

Después de dos días allí nos fuimos en autobús nocturno a Chiang Mai, una paliza, pero hay que aprovechar los días, porque aún así, nos hemos dejado millones de cosas por ver, hemos tenido que anular algún sitio, como las ruinas de Sukhothai porque no nos coincidian bien los horarios, y dejar de ir a otros sitios por falta de tiempo, y de ganas, porque estuve dos o tres días con el estómago hecho un asco y que no tenía ganas ni de levantarme de la cama, pero ahí estaba, aguantando.  Y qué curioso, me puse mala justo el día que voy a un restaurante limpio y bien y me como una pizza.  En fin.

Chiang Mai es la segunda ciudad más grande e importante de Tailandia.  Pero desde luego con mucho más encanto que la capital. Allí viví experiencias únicas e inolvidables, como estar jugando con tigres cachorros y tocar a otros más grandes. Montar en elefante, intentando guiarlo sin que hiciera ni caso, y lavarlo en el río.   Hacer rafting, un poco light, y bajar en balsa de bambú por otro río que cruzaba la selva. Ir a ver tribus que viven y trabajan sin ninguna tecnología, aunque alguna antena de televisión se veía en esas cabañas de madera, lo que chocaba un poco entre los caminos embarrados y las gallinas sueltas.
Soltar farolillos escribiendo deseos en la fiesta de Loy Kratong, el día de la luna llena, una fiesta espectacular. El primero que solté lo hice con la ayuda de unos monjes que se prestaban a ello. Los siguientes fueron con mi niño, y en uno de ellos escribió, "Para que este día sea eterno y estemos siempre en este sueño". Y pasear por uno de tantos templos, en el que, aunque no soy creyente, me arrodillé delante del monje que estaba dando la bendición, y luego, el novicio sería, porque los monjes no pueden tocar a las mujeres, me puso una pulsera para darme buena suerta, salud y prosperidad.  Lo que me gusta de los budistas es que no se plantean si estás allí por turismo o por fe, simplemente aceptan que seas respetuosa, que te unas a sus ritos y ya está. No necesitan que demuestres nada.

Tengo mil experiencias y sensaciones para contar, pero no caben en un post ni en cien. Seguro que se me olvidan muchisimas cosas, porque 19 días dan para mucho. Pero lo que es cierto es que es un país para vivirlo, una experiencia que recomiendo a cualquiera, porque nunca será igual una que otra, eso está claro, pero seguro que es inolvidable.